Las vidas de la arquitectura

Edificio de oficinas en Las Rozas

Adela García-Herrera & José Domínguez

El edificio de oficinas que José Antonio Domínguez Salazar (1911-2007) concibió y construyó entre 1965-1968 en el término municipal de la localidad madrileña de Las Rozas, a orillas de la carretera de La Coruña, es un ejemplo de cómo un proyecto arquitectónico planteado desde la idoneidad técnica y de usos, y con una imagen contenida y concordante con su función, puede sobrevivir dignamente en el tiempo.

Remodelado por vez primera entre 1982-1983 bajo la dirección de Julio Cano Lasso, está ahora siendo objeto de otra renovación a cargo del Estudio Lamela. En ambos casos se trata de intervenciones respetuosas con lo existente, que han actualizado la obra adaptándola a nuevas exigencias normativas y programáticas pero conservando el espíritu y los rasgos esenciales del original.

En la última fase de remodelación y como parte del equipo de Empty, que actúa como empresa constructora, participa José Domínguez Churruca, nieto de José Antonio Domínguez Salazar y miembro de una saga familiar de arquitectos. Su proximidad a esta obra que forma parte del legado ingente de su abuelo —quien proyectó desde barrios residenciales como los madrileños del Niño Jesús y La Estrella hasta viviendas unifamiliares, pasando por instalaciones deportivas tan emblemáticas como el antiguo estadio de San Mamés o de ocio como el cine Novedades en San Sebastián—, representa una ocasión para abordar temas relacionados con el pasado más reciente de la arquitectura, y su situación actual.  

Herencia moderna

Domínguez Salazar perteneció a la generación de arquitectos que recibió el legado del Movimiento Moderno y puso en cuestión algunos de sus postulados, buscando no sólo ampliar horizontes formales, sino ahondar en la dimensión social de la arquitectura y en su capacidad de humanizarse como disciplina técnica. Las inquietudes intelectuales y profesionales del arquitecto se reflejan en su discurso de ingreso en la Real Academia de San Fernando (1978), que tituló “La arquitectura moderna en su evolución y tendencias actuales”, donde manifiesta una idea de la arquitectura como expresión de las posibilidades materiales y los recursos técnicos y económicos de su tiempo.  

Construcciones duraderas para una sociedad cambiante

Con respecto a las cuestiones que debe satisfacer la arquitectura, Domínguez Salazar abogó por “un conocimiento profundo de las necesidades actuales que ha de satisfacer y una provisión razonable de las futuras”, así como por el “conocimiento del desarrollo de las técnicas empleadas en las instalaciones, para poder continuar esa historia mediante otro acto de previsión del futuro.”

Más de medio siglo después de su concepción y ejecución, el edificio de oficinas de Las Rozas muestra el sentido de responsabilidad de Domínguez Salazar a la hora de enfrentarse a un programa arquitectónico y a su materialización. El perfecto estado de conservación de la estructura, así como de otros elementos como la piedra natural de la fachada, han propiciado la optimización del proceso constructivo durante la rehabilitación del edificio.

Asimismo, la repetición de un módulo como base de composición de la planta ha permitido, tanto en la remodelación de 1982-1983 como en la presente, extender varias crujías el edificio hacia uno de sus lados, así como desplazar uno de sus patios interiores para dar cabida a un nuevo núcleo de comunicaciones.

Del paradigma de la máquina al valor de la tradición

La reinterpretación de elementos clásicos o vernáculos es otra de las cuestiones clave en la evolución de la arquitectura heredada de la modernidad histórica. Cuando se hizo cargo de la primera remodelación del edificio, en 1982, Julio Cano Lasso lo definió como próximo al racionalismo clasicista de, por ejemplo, Giuseppe Terragni, quien consolidó un lenguaje propio donde confluían los presupuestos de la modernidad y la tradición clásica en su vertiente más arquetípica.

Ese “racionalismo clasicista” se manifiesta en las líneas sencillas y serenas que envuelven al edificio, pero se ve plasmado también en aspectos funcionales de tradición clásica como los voladizos de la fachada que recuerdan las logias renacentistas, o los patios centrales que atraviesan todo el cuerpo edificado para inundarlo de luz. Entre los dos patios de las oficinas de Las Rozas, en el corazón de la planta, se construye un nuevo núcleo de comunicaciones por el que, además, discurren las nuevas y modernizadas instalaciones del inmueble. De este modo, la diafanidad de la planta permitirá la adaptación continua de los nuevos espacios de oficinas surgidos tras la remodelación, los cuales probablemente estén abocados a una transformación conceptual durante los años venideros.

Continuidad y cambio

Hay muchas de esas preocupaciones de sesgo social que marcaron la arquitectura de las décadas de 1960, en la que se inscribe el edificio de oficinas de Las Rozas, y 1970, incluido el concepto de construcción ecológica, cuyas implicaciones y campos de interés no han hecho más que ensancharse, y en cuyo centro está hoy la recuperación de arquitecturas del pasado para nuevos o renovados usos.

Hablar de perdurabilidad es sin duda alguna hablar de sostenibilidad. Este edificio representa una apuesta por la construcción ecológica desde su creación en la segunda mitad de década de los sesenta del pasado siglo. Por ello se ha podido aprovechar en esta remodelación la cualidad adaptativa de sus espacios y el carácter modular de su estructura, y ejecutar las nuevas instalaciones pensando en una futura división del gran espacio de oficinas.

La apuesta entonces por el color natural del mármol para la fachada es otra muestra de pensamiento sostenible, ya que con el anclaje apropiado y limpieza de la piedra ha podido obtenerse una imagen de fachada tan pulcra como la original. El saneamiento de la piedra de fachada así como la actualización de las instalaciones y ampliaciones estructurales permiten prolongar la esencia y la vigencia de esta obra, dotándola de una capacidad renovada para afrontar nuevos cambios y exigencias futuras.

Sin duda estamos ante un buen ejemplo de construcción sostenible en el tiempo, cuya dignidad ha sido correspondida con una rehabilitación que respeta su esencia y se preocupa por su persistencia. Si bien es cierto que no todas las arquitecturas existentes merecen ser conservadas, debemos promover una idea de que esa mentalidad conservadora, recuperadora y rehabilitadora puede y debe extenderse más allá de los edificios monumentales y singulares para incluir otros tipos de construcciones comunes como las oficinas, las viviendas o las escuelas, entendiendo que el valor de la arquitectura no sólo se circunscribe a su condición patrimonial o a su importancia simbólica, sino que atañe también a su capacidad de mantener en el tiempo los propósitos para los que fue construida.